José Manuel Aguilar Cuenca, psicólogo forense y escritor
El Diario de Sevilla - 27 de Junio 2007
En estos últimos días han podido ustedes escuchar un nuevo asunto judicial que ha llenado decenas de páginas de periódicos y horas de televisión. Los medios se han hecho eco de la sentencia del Juzgado de Primera Instancia número cuatro de Manresa, Barcelona, por la cual la titular del juzgado retiraba la custodia de una niña a su madre, entregándosela a su padre. El motivo de semejante decisión ha sido el hecho de que la madre ha educado a la niña en el odio y el rechazo a su padre.
El proceso judicial se inició en el año 2004, cuando la niña contaba con cuatro años de edad, y desde el principio de la separación, como así ha dejado recogido la juzgadora en la sentencia, la madre ha interferido en la sana e imprescindible relación entre el padre y la niña. Debido a la actitud de la progenitora, la menor ha pasado por diversos profesionales de la salud mental, sin que ninguno pudiera ayudarla en su mal. El padre, un médico barcelonés que no ha cejado en su empeño por reclamar los derechos de su hija en los tribunales, aun cuando llevara años sin verla, ha pedido a los medios respeto para la madre de su hija. Aún recuerdo con tristeza cómo me relataba la escena en la que, cuando se cruzaba con su hija en los juzgados, la niña se escondía al verle.Es interesante detenerse un instante para aclarar varios puntos sobre este tema. Muchos de los periodistas y arriboperiodístas –conocidos por tertulianos– han simplificado el asunto, diciendo que la niña no quiere ir con su padre. Esta explicación, toda vez que demuestra que ni tan siquiera han leído la sentencia, nos ofrece una vez más cómo algo tan serio como el superior interés del menor es tomado a la ligera por gente que, desafortunadamente, crea opinión. La realidad es que la niña ha sido educada por su madre para que odiara a su padre.
Les propongo que imaginen por un momento que uno de sus hijos fuera educado para odiar a los musulmanes. Todos nos llevaríamos las manos a la cabeza. Sin embargo, no han faltado quienes han criticado esta sentencia, argumentando que debería respetarse el deseo –adoctrinado– de la niña, oponiéndose a la decisión judicial, que ha considerado que semejante educación, semejante entorno familiar, es pernicioso para el desarrollo de la menor. Todo ello porque siempre estará mejor con su madre, que con un padre al que no ve desde hace años, por deseo de esa mujer. Asunto distinto es el hecho, obviado por casi todos los medios –vuelvo a insistir, debido al sencillo descuido de no haber reparado en leerse la sentencia– de que la madre ha permanecido ilocalizable durante meses, sin que su padre ni el juzgado conocieran su paradero, ni tan siquiera estuviera escolarizada.El maltrato, sea físico, sexual o emocional, es maltrato. No puede ser calificado de distinta forma si lo realizan los padres u otra persona. Mucho menos si lo realiza la madre que si lo realiza el padre. ¿Tendría la misma cobertura mediática y desacuerdo si al que le hubieran prohibido acercarse a la hija hubiera sido el padre? Lo dudo. El problema es mucho más serio de lo que estas pobres líneas pueden reflejar. Las acciones de una madre son valoradas como sagradas, buenas por el mero hecho de venir de ella. La crítica justificada a sus actos, como lo está la sentencia judicial, es vista por todos desde ese mito de la bondad maternal que todo lo puede. Sin embargo, día a día somos testigos de que el mal, la violencia, el origen del dolor de los más débiles, no tiene sexo. Existen hombre buenos y malos, de la misma manera que existen madres amantes y negligentes. Si nos ponemos la venda, negando que esto es así, estaremos permitiendo que los niños, aquellos a los que debemos proteger, estén en manos de sujetos que los eduquen en los más miserables métodos, con las peores intenciones. Por el único hecho de que “como el amor de una madre no hay nada”.
¿Alguno de ustedes se imaginan algo peor que ser adoctrinado por tu madre en el odio al otro ser que te dio la vida? Si no se lo imaginan les invito a conocer a los niños, hoy adultos, que pasan por mi consulta recordando lo que sufrieron en su infancia, sin que nadie les hiciera caso. Todo porque el responsable de su sufrimiento era ese mito santo y arcano que a ellos les quebró el espíritu. Al final la realidad siempre te salta a la cara. Por más que no encaje con tus prejuicios o en lo políticamente correcto.
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